Santos de Castro tiene 28 años y es de Tomelloso. Como tantas otras personas, pensaba que la jornada del martes, 29 de octubre sería de lo más normal. Se equivocaba. A media mañana, salió de Tomelloso en dirección a la localidad toledana de El Toboso, en la que le esperaba un camión cargado de mercancía que tenía que conducir hasta Barcelona. Recuerda que, en ese momento, cuando eran «la una de la tarde, no llovía nada e, incluso, hacía sol». Hasta ahí todo normal. Sin embargo, pronto empezó a comprobar que «cuanto más me acercaba a la provincia de Valencia, más nubes había». Pero, sobre todo, se dio cuenta de que aquella no sería como cualquier otra jornada de un camionero al llegar a Utiel, cuando «me llamó un compañero diciéndome que había empezado a llover mucho, que el agua estaba subiendo y que se estaban produciendo retenciones». Así que decidió desviarse «por la parte de Albacete», pensando que así evitaría la gran tormenta que se avecinaba sobre Utiel pero no sabía que, poco a poco, se adentraba en otra boca del lobo. Concretamente, entre las localidades de Carlet y Picassent, a escasos 25 kilómetros de Valencia, cuando «empezó a llover con mucha intensidad y yo veía que me iba metiendo como si apagaras las luces en una habitación, cada vez más oscura». Y, de repente, llegó una experiencia que jamás olvidará, «un momento en el que me descontrolé porque sentí que tenía un estado de pánico en mí», como es presenciar un tornado, en el que «se hizo como una cortina oscura de agua con aire y vi volar árboles, maderas o espejos retrovisores por delante de mi». Cesó a los pocos minutos, «aunque se hicieron eternos como horas» y, a partir de ahí, «ya fue cuando empecé a ver que había camiones y furgonetas volcados por todos lados». Cuando le pedimos que describa ese momento en unas cuantas palabras, Santos de Castro lo tiene muy claro: «Era una cosa como un apocalipsis, en el que cerraba los ojos, los abría y pensaba que eso no lo podía estar viendo yo». En su caso, cree que su camión no volcó «como los de los compañeros que había al lado mío porque iba cargado, con los kilos que podía llevar porque si no, creo que hubiera volcado como los demás, que iban vacíos».
Pero, por desgracia, la pesadilla de Santos de Castro en medio de la peor Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) que se recuerda no terminaba ahí. Sólo acababa de comenzar. Porque, justo después del tornado, «siguió la lluvia hasta que empezó a subir el agua y a inundarse todo». Momento en el que, al sentimiento de pánico, se unió el de impotencia, porque «veía gente a la que se la llevaba la riada al lado mío, se la llevaba arrastrada dentro de los coches». Hasta ahí, había estado grabando la situación con su teléfono móvil, «eso tenía que grabarlo porque pensaba que si no, no se lo creería nadie» pero, cuando pudo comprobar cómo la gente empezó a estar «en un estado de pánico, porque iban con los coches que ya no sabían dónde iban y el agua los iba arrastrando, se iba llevando los coches la riada, con la gente dentro», paró de grabar para intentar ayudar, aun poniéndose en riesgo. Tanto es así que «llegué a abrir la puerta del camión, pero no me pude bajar porque se me pasó bastante agua al abrir, para decirle a un hombre que tenía al lado que se subiera conmigo, que dejara el coche y se subiera al camión, porque se lo iba a llevar la corriente». Desgraciadamente, es lo que ocurrió poco después porque, en cuestión de unos segundos, «vi que la riada se lo llevaba por delante». Unas imágenes dantescas que, sin duda alguna, quedarán grabadas en la memoria de Santos de Castro para siempre, como también los sonidos, «porque había mucho ruido, como si tuviéramos un trueno encima de nosotros constantemente». Así hasta que «hubo algo de claridad y pude ver cómo, al lado mío, en esa misma larga, había unos 14 o 15 camiones volcados, otros aplastando a coches, apoyados en furgonetas, con la gente dentro atrapada». Todo ocurrió aproximadamente a «las cinco o cinco y media de la tarde», aunque «los mensajes de alerta llegaron a las horas», sobre las ocho y media de la tarde. Sin embargo, Santos de Castro reconoce que «aunque muy poquita, allí sí que llegó la Guardia Civil, que estaban sobrepasados como estábamos todos y no sabían casi ni cómo actuar, porque ellos tampoco habían visto cosa igual, sacando a la poca gente que podían mientras que a otra, como llovía tantísimo, no podían ni acceder a los vehículos».
Gracias a la intervención de los agentes de la Guardia Civil que, poco a poco, «fueron dando paso para no colapsar más el tráfico», Santos de Castro pudo llegar hasta un área de Torrent, en la que coincidió «con un taxista que me dijo que no se me ocurriera moverme, que estaba en una zona alta, segura y que su padre se encontraba atascado a unos tres kilómetros, subido con los clientes del taxi a un capó porque estaba empezando a subir mucho el agua». No sólo le hizo caso sino que «desde que llegué allí y paré el camión, en el tacógrafo me salieron que estuve 45 horas». O lo que es lo mismo, prácticamente dos días en medio de la nada más absoluta, con la única compañía de las personas que también llegaban al lugar. Todas ellas contando sus experiencias en medio de la consternación, «como la de un camionero, un chico joven, que llegó con una mujer que había podido salir por la ventanilla de su coche porque la riada lo empezó a arrastrar y el muchacho la pudo coger al vuelo y subirla a su camión». Historias que marcan para siempre. «Esa mujer me llegó mucho porque era de la edad de mi madre, tenía hijos, vino con la ropa chorreando, le faltaban las zapatillas pero no hacía nada más que dar las gracias porque estaba ahí y se había visto muy mal, porque su coche desapareció pero ella se pudo liberar». Y, como es lógico, entre experiencias como esa de volver a nacer, también surgen otras, como la solidaridad, «que es con lo que me quedo, porque allí nos juntamos gente joven, mayor, de todas las nacionalidades y nos fuimos arropando, acogiéndonos los unos a los otros, nos tranquilizábamos como podíamos y, con lo poco que teníamos cada uno, nos apañábamos, nos ayudábamos». Así pues, Santos de Castro sacó de su camión «mantas, edredones, sábanas, ropa, lo iba dando como otro que tenía otra cosa la daba al que lo necesitaba, porque ahí no era nada de nadie, todo era de todos y ya está». Allí, también, poco a poco iban siendo conscientes de la envergadura de lo que acababan de vivir en primera persona, porque «encendíamos mucho los móviles y los apagábamos porque no teníamos cobertura pero, a veces, te cogía algo y podías llamar o informarte un poco, pero a cuenta gotas y muy poquito».
Entre tanto desastre, Santos de Castro reconoce que echó de menos más ayuda en los dos días que estuvo atrapado en ese área de Torrent porque «únicamente apareció por allí, de primeras, un vehículo de la Guardia Civil al que paramos, pero nos comentaron que venían de Alicante como refuerzo, aunque ni ellos mismos sabían dónde estaban ni cómo se encontraba la situación». Así pasó un día y medio, «hasta que pasaron de largo otros dos vehículos todoterreno de la Unidad Militar de Emergencia (UME), pero no pararon». Esto quiere decir que hasta que «no habían pasado cuarenta y cuatro horas aproximadamente, no llegaron personas de los pueblos de alrededor para traernos comida, bebida y todo lo que tenían, además de darnos ánimo, pero fueron ellos los únicos que aparecieron por allí». Después de tantas horas prácticamente abandonados, Santos de Castro pensó que «cuando viera conveniente que me podía ir a un sitio seguro, en el que no entorpeciera a los Servicios de Emergencias, me iría». Y así lo hizo, logrando cruzar Valencia en dirección a Barcelona, donde todavía tenía que descargar la mercancía que transportaba en su camión, «gracias a que creamos un grupo de WhatsApp entre los camioneros que estuvimos juntos los dos días en Torrent, en el que nos íbamos ayudando y diciendo por dónde se podía circular». En el trayecto, recuerda que se le quedó «grabado en la cabeza» cómo, al pasar por Picassent, «las naves estaban descapotadas, las puertas tiradas, varias casas hundidas y prácticamente se conducía esquivando muebles, calderas, sofás y de todo que había en las casas y que había llegado hasta la carretera con la riada». También, «por la carretera V-30, había miles de coches y de camiones amontonados, con la gente aplastada dentro». Justo después de descargar la mercancía en Barcelona y, «después de unas quince horas conduciendo», Santos de Castro llegó por fin a Tomelloso. Tardó tanto porque decidió «no colapsar Valencia, yéndome por Zaragoza, después por Madrid donde estaban restringidos los camiones, así que me tuve que ir por Toledo hasta que pude llegar a Tomelloso». Ahora, mucho más tranquilo después de la pesadilla vivida, sólo espera que «éstas cosas no vuelvan a pasar» y, sobre todo, «que se actúe mucho antes». Sobre todo, «lo que nos mosqueaba a la gente que estábamos atrapados en Torrent era que, después de todo un día entero, los coches seguían llegando desde Albacete porque no habían cortado la carretera, así que se seguían generando retenciones mientras la riada continuaba subiendo».