Marina Sampedro nació en Tomelloso aunque vive en Valencia desde hace cuarenta años. El pasado martes, 29 de octubre, salió de Valencia conduciendo su coche en dirección a Tomelloso como habitualmente hace para visitar a su padre, José Sampedro, que reside en la Fundación Elder. «Salí de Valencia por la mañana temprano, sobre las seis de la mañana y ya llovía, pero lo normal», asegura. De hecho, en ningún momento se planteó no continuar con su camino porque «aunque se había avisado de que había una Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA), en Valencia una DANA parece que ya es una costumbre del otoño». En el trayecto a Tomelloso, «estaba lloviendo, jarreando, pero yo pensaba: Está la DANA, ¿vale? Y entonces me puse detrás de un camión que me iba abriendo camino». Así hasta llegar a mitad del recorrido, por la localidad conquense de Minglanilla, cuando «paró de llover y entonces pensé: ¿Ya ha pasado la DANA?». Porque desde ese momento «había sol y así llegué a Tomelloso». Aquí Marina Sampedro vivió una mañana de lo más normal, puesto que «visité a mi padre en la Fundación Elder e hicimos unas gestiones toda la familia que teníamos pendientes desde la muerte de mi madre». Sin embargo, nada más terminar con todas esas tareas, «decidí marcharme rápidamente otra vez a Valencia porque tenía cosas que hacer pero, sobre todo, por si se repetía la DANA». Aunque, ahora, reconoce que «no es que la DANA se repitiera, es que venía, vino y a mí me pilló en la carretera sobre las tres de la tarde».
De hecho, Marina Sampedro recuerda que salió de Tomelloso a la una y media de la tarde en dirección a Valencia y que, «al poquito de salir, empezó a llover fuerte, fuerte pero yo pensaba, incluso con alegría: Ya viene la DANA otra vez». Pero la alegría de comprobar cómo llovía en territorios en los que no siempre estamos acostumbrados a ello pronto se tornó en preocupación porque «empezó a llover más y más, así que decidí parar en Castillejo de Iniesta porque está en alto, donde compré algo para comer porque ni siquiera había comido». En ese momento en el que se dio cuenta de que aquellas no eran unas lluvias normales también «decidí comprar algo más de comida para llevarla en el coche por lo que pudiera pasar». Además «llamé a mi marido y le digo: Mira, pasa esto y no sé si parar. Pero me animó a que siguiera adelante porque seguro que la nube pasaría en algún momento y podría llegar, así que yo también me animé». Siguió conduciendo entonces desde la localidad conquense de Castillejo de Iniesta en dirección a Valencia pero, «cuando ya eran las cuatro o cuatro y pico de la tarde, el cielo se deshacía encima del coche, yo pensaba que se me rompía el techo, que se iba a reventar el coche del peso del agua». Tampoco se veía nada de la carretera, sólo «los camiones haciendo zigzag y a mí el coche también se me iba». Unas escenas que Marina Sampedro recuerda con pánico porque «ya iba temblando, temblando y, a todo esto, con la radio puesta porque necesitaba oír algo puesto que, aunque iba sola, oír una voz humana me daba como compañía». Y así, los minutos pasaban como interminables horas, entre «una niebla muy espesa y agua, agua, agua y mucho ruido».
En medio de lo más parecido «a un huracán» y, por suerte, Marina Sampedro pudo ver una salida en la carretera, «ponía restaurante, no sabía ni dónde estaba, pero me metí como pude ahí y ya me paré». Allí, en la misma situación que ella, «había ya muchos camiones, unos 40 camioneros, personas como yo que iban llegando y que, cada uno, contaba sus experiencias». Terminaba entonces la pesadilla de conducir por una Autovía A-3 en medio de la peor DANA que se recuerda, pero comenzaba otra odisea como era la de pasar la noche en medio de la nada, sin poder regresar a casa, porque «yo no sabía ni dónde estaba y ya cuando paró de llover, al día siguiente, me situé y ponía que estaba en Venta del Moro, en la vía de servicio Mediterráneo, un sitio grande, limpio, con un personal encantador que nos ha tratado maravillosamente, muy bien». Ahora, agradece no haber continuado conduciendo como pensó en algún momento porque «ésta cafetería está a 10 o 12 kilómetros de Utiel, así que le pregunté a los camioneros y me dijeron que lo que podía hacer era irme allí porque hay un hotel muy bueno, puesto que yo pensaba en parar y quedarme a dormir, pero menos mal que no seguí hasta Utiel porque ya era la boca de lobo». Así que se quedó en la vía de servicio de Venta del Moro donde ha estado «tres días durmiendo en el coche, porque allí no había camas». Un lugar en el que «todos contábamos nuestra historia en medio de la consternación, incluso una de las camareras perdió a su abuela porque el agua llegó a su casa subiendo, subiendo, subiendo y murió sin que la pudieran rescatar».
Marina Sampedro asegura que iba siendo consciente de lo que estaba pasando porque «la vía de servicio en la que estábamos tenía una mega televisión en lo alto a la que todos mirábamos continuamente y, también, porque poco después la tomaron como centro de organización de la Unidad Militar de Emergencia (UME) y de la Guardia Civil, a los que les preguntábamos y nos decían que no saliéramos de allí porque era imposible». Uno de los peores momentos que recuerda, «en el que las cien personas que estábamos nos miramos con pánico ocurrió cuando, de repente, se empezaron a escuchar muchos ruidos, alarmas, que eran los mensajes de alerta que nos llegaban a los móviles, pero con un sonido especial, muy fuerte». Aunque considera que esa alarma llegó tarde, «puesto que la Agencia Meteorológica de Valencia avisó de 300 litros por metro cuadrado el pasado lunes, 28 de octubre, pero a las personas nos llegó a las ocho y media del martes, 29 de octubre, cuando todo ya estaba ocurriendo», también asegura que «una vez que estás en el lugar, nunca piensas que se va a desarrollar una tragedia de esa envergadura porque, muchas veces, nos avisan y piensas que no pasará nada». Incluso reconoce que «yo misma salí lloviendo y piensas que nunca te va a pasar nada, como mucha gente la estaba haciendo en Paiporta comprando o yendo a por los chiquillos al colegio, aunque también creo que tenemos que ser todos más prudentes y, cuando den una alarma, hacer mucho más caso». Después de dos días durmiendo en un coche en una vía de servicio de la localidad valenciana de Venta del Moro y, «tras estudiar todos los días con los camioneros las posibles vías para ver por dónde podíamos llegar a Valencia, pensé en regresar a Tomelloso, porque la policía nos decía que, por ejemplo, yendo por Madrid y Zaragoza, la carretera tenía socavones en Teruel». También «nos pedían por favor que no saliéramos en dirección a Valencia puesto que necesitaban la carretera para atender a los fallecidos, a los rescates y porque, además, 5.000 vehículos queriendo regresar podía convertirse en un auténtico colapso».
Entonces Marina Sampedro decidió regresar a Tomelloso, pensando en «estar con mi familia, con mi padre y, cuando pueda volver a Valencia, pues vuelvo y ya está». Cuando regresaba conduciendo para Tomelloso, «la otra parte de la Autovía A-3 iba llena de coches de policía, de la UME y del ejército». Ya desde nuestra localidad, con la tranquilidad de encontrarse completamente a salvo, asegura que «nunca olvidará la unión con las personas que estábamos en la cafetería contándonos nuestra vida, como un hombre que nos hizo llorar porque nos relataba el caso de su hermano que salía del gimnasio, se subió al coche y lo llamó un amigo diciéndole que se marchara a un lugar alto porque venía agua, así que se subió a un puente, que estaba lleno de coches y, en ese momento, llegó el agua y cubrió todos los coches que estaban debajo del puente y se quedaron cubiertos de agua, así que se dio cuenta de que sus ocupantes se estaban poco a poco muriendo». Tampoco olvidará a un agente de la UME «que estaba llorando porque lo que veía era dantesco, ya que no estaban abriendo las casas porque el agua estaba corriendo y si abrían se podía llevar los cuerpos». O la historia de un chico «que lo desviaron por debajo de la presa de Contreras y decía que era tal el temblor del agua y el ruido, que los animales salvajes estaban alterados y empezaron a pasar cabras salvajes por encima del coche, que a punto estuvieron de romperle los cristales». Ahora, Marina Sampedro piensa cómo regresar a Valencia desde Tomelloso, esperando que «esto nunca vuelva a ocurrir», mientras la Autovía A-3 continúa cortada, repleta de fango y con los turismos destrozados que, en algunos puntos, continúan formando montañas que impiden la circulación.